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Miguel Braceli. Geopolíticas del cuerpo
El territorio como piel
Cuerpo como construcción, sistema orgánico complejo, cuerpo individual, cuerpo colectivo, identidad siempre en relación a. El cuerpo del artista como unidad de medida y sondeo (móvil, impreciso, subjetivo) que deconstruye el espacio que lo circunda y engloba, para enunciar una nueva lectura simbólica del lugar, históricamente definido o al menos tácitamente consensuado.
Miguel Braceli (Valencia, 1983) en los últimos cinco años, ha desarrollado intervenciones artísticas ligadas a la práctica del site- specific / site-oriented, considerando el espacio como un organismo vivo y susceptible de activación. O mejor, convirtiendo lugares específicos y connotados históricamente, en espacios de creación y campos de posibilidad, donde la acción (tiempo, tránsito, movimiento) genera aperturas que resignifican el contexto, ayudando a quien lo vive o transita a establecer relaciones inesperadas a través de nuevos filtros interpretativos.
De Certeau¹ ha establecido una distinción clara entre los conceptos de lugar y espacio: mientras el lugar es una configuración instantánea de posiciones que por tanto implica una cierta estabilidad o estaticidad, el espacio es el lugar practicado, un cruce de entidades móviles, animado por un conjunto de movimientos que lo temporalizan y problematizan. Es territorio inestable, precario, nunca definitivo en cuanto animado por quien lo atraviesa. Miguel Braceli, a través de prácticas participativas, ha siempre operado este tipo de activismo paisajístico.
En este sentido, arte, paisaje y política se dan la mano a través del nudo de la ficción. Jacques Rancière en su ensayo Las paradojas del arte político afirma que no existe una realidad in sé, sino que es siempre una ficción: una de las infinitas posibles interpretaciones del mundo sensible que compartimos. Sólo la ficción dominante (del consenso) pretende y niega ser ficción. Arte y política excavan esta afirmación. Ambas proponen otras ficciones (del disenso) que redibujan y problematizan nuestro sensible común. Las acciones de Miguel Braceli, aunque no estrechamente políticas, activan siempre procesos de desestructuración del paisaje y en el paisaje, ya sea una plaza pública en el centro de Caracas, o un espacio natural abierto e inconmensurable. Los participantes de las performances, como miembros de un cuerpo colectivo, asisten sin embargo a aventuras intelectuales singulares, cada uno –imagino–, observará, seleccionará, sentirá e interpretará a modo suyo aquello que inicialmente viene propuesto por el artista y esta libertad y emancipación a través de la experiencia individual, esta nueva revisión y práctica del espacio, es acción política. Se sabe que la mirada puede modificar un contexto con la misma fuerza con que lo hacen las estructuras materiales de la arquitectura o el urbanismo.
Ahora bien, en todas sus acciones, que son flujo y movimiento, hay una atención constante a la forma. Una de las cuestiones siempre abiertas en relación a prácticas artísticas participativas o relacionales, de naturaleza efímera, es la transmisión, formalización y visibilidad fuera del tiempo y espacio en el que han sido realizadas. La huella que generan, el intercambio de saberes y experiencias que pasan a ser patrimonio de quienes las han vivido, ¿cómo se pueden transmitir?, ¿qué tipo de material u objeto tangible pueden generar? En el caso de Braceli, los vídeos y fotografías resultantes no son mera documentación, “restos” de la experiencia vivida, sino composiciones formales pensadas de antemano, que forman parte de la misma obra. Cuando incorpora, como ha hecho en sus últimas exposiciones individuales (Centro Dados Negros, Ciudad Real; espacio Monitor, Caracas), los materiales que han servido a la performance –tubos, mallas, cintas, metros y metros lineales de polietileno de diversos colores–, lo hace convirtiendo el espacio expositivo en un nuevo espacio performativo. Su objetualidad no es estática, y aun no siendo posible reproducir la experiencia que dio origen a tales restos materiales, exige nuevamente la coparticipación del espectador. Como en los títulos de algunas de sus obras (Inmateriales, Traslaciones, Casas para volar o la serie Apologías de lo posible) hay un anhelo de desmaterialización, de instantánea fugaz, móvil y ligera. Los cuerpos –la materia compacta–, se convierten en corpúsculos invisibles, el espacio en tránsito y levedad.
Quisiera terminar este breve texto recordando el augurio de Italo Calvino en sus Lecciones americanas, ahora que Miguel se encuentra en Estados Unidos:
Si tuviera que escoger un símbolo propicio para asomarnos al nuevo milenio, escogería este: el ágil salto improviso del poeta-filósofo que se alza sobre la pesadez del mundo, demostrando que su gravedad contiene el secreto de la levedad, mientras que lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva, desafiante y atronadora, pertenece al reino de la muerte, como un cementerio de automóviles herrumbrosos.
Virginia López
Comisaria de la exposición
¹ La invención de lo cotidiano, De Certeau, citado en Gravano, V. (2012) Paesaggi attivi. Saggio contro la contemplazione. L’arte contemporánea e il paesaggio contemporáneo. Milán: Mimesis.
press: artishock